Cuba, una tierra dominada por vetustos “almendrones”, y autos de obsoleta fabricación soviética como Ladas y Moskvitch, acaba de empezar a abrirse al mercado automotor moderno.
Hasta hace poco tiempo, los cubanos solo podíamos comprar y vender los modelos existentes de antes del Triunfo de la Revolución, casi todos de manufactura estadounidense, los popularmente llamados “almendrones”.
En respuesta a la creciente demanda popular, desde octubre pasado las autoridades permitieron la compra y venta de autos modernos, así como la capacidad de poseer más de un carro, sin importar el año en que fueron fabricados.
Pero el progreso logrado gracias al Decreto 292 del Consejo de Ministros se ha visto entorpecido por la degradante acción del burocratismo. Como primer eslabón de la cadena aparecen las regulaciones y trabas que fueron impuestas al proceso de adquisición o transmisión de la propiedad de vehículos.
El documento
oficial emitido dejó establecidos tres grandes grupos de ciudadanos: quienes
podrán comprar un auto totalmente nuevo, los que únicamente podrán adquirirlo
de otro cubano y los que se deben contentar con alquilar uno.
Solo podrán conseguir carros
completamente nuevos en entidades comercializadoras, los cubanos que obtengan
ingresos en divisas o pesos convertibles por «su trabajo en funciones
asignadas por el Estado o en interés de éste».Esta distribución, que pone en duda el respeto a la igualdad de oportunidades, no esclarece por qué un médico que lleva ahorrando toda su vida (no importa si ha salido de misión internacionalista o no), no puede comprar un auto con 0 kilómetros recorridos, mientras un músico de moderado renombre puede hacerlo con total efectividad y cuando lo desee.
Pero más allá de la diferencia que establece la legislación entre los ciudadanos, el verdadero problema radica en las reglamentaciones que estrechan, y casi asfixian, las posibilidades de adquirir un vehículo.
Según el texto publicado en la Gaceta Oficial de la República, en su edición extraordinaria número 31, solo se podrá comprar un auto con una autorización del Ministerio de Transporte, la cual solo se le entregará «una vez cada cinco años» a una misma persona.
Además, la cantidad de ventas semanales está limitada a solo 20 automóviles modernos, lo que ralentiza demasiado el proceso para quienes no estén muy «adelantados en la cola». Restricción esta en la que juega un papel determinante la escasa presencia de empresas comercializadoras foráneas en Cuba.
Esta serie de limitaciones producto de la burocracia institucional, han derivado (como era de esperarse) en un complejo laberinto de ilegalidades y subterfugios, muy útil para quienes desean evadir los obstáculos establecidos a la compra, y para los funcionarios que han visto en ellos una posible fuente de lucro.
Estos empleados-parásitos están en toda la disposición del mundo a facilitarle los trámites, agilizar su espera, e incluso conseguirle una autorización “en regla” para que usted pueda adquirir su carro, pero ¿a qué precio?
Cuando uno «arriesga su puesto de trabajo» está obligado a exigir una alta remuneración por ello, ¿no es así? Pues las jugosas recompensas que se llevan a sus bolsillos estos personajes llegan a alcanzar los 500 pesos convertibles por cada «caso resuelto», lo que representa 40 veces más el salario promedio de un trabajador cubano.
Es cierto que las costos de su servicio pueden llegar a ser bastante flexibles, pero esto no justifica que exista una parte del sector administrativo enriqueciéndose por algo tan ilógico como los excesos regulatorios impuestos sobre la ley para la compra-venta de automóviles, cuando las transacciones de inmuebles se han convertido en un proceso tan sencillo.
Se hace imperioso soltar un poco las amarras del barco, relajar los excesos de control innecesarios, y de esta forma cortarle las alas a esos funcionarios que se dan a la buena vida aprovechándose de la necesidad de sus congéneres. Al mismo tiempo, es ineludible abrir más el país a las firmas extranjeras, para así lograr satisfacer la amplia demanda que existe en el mercado automotriz cubano.
Por el momento, los cubanos de a pie seguiremos en nuestro transporte público, «luchando nuestras botellas», y esperando por el día en que se le ponga freno a toda esa burocracia que aún marcha sobre ruedas.
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