En Cuba 64 de cada 100 matrimonios acaban en divorcio según
los últimos datos publicados por el Centro de Estudios Demográficos de la
Universidad de La Habana (CEDEM), siendo este el índice de divorcialidad más
alto de América Latina.
La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) informa que la
proporción entre divorcios y matrimonios casi se triplicó desde 1970, cuando
solo 22 de cada 100 uniones terminaban disueltas. Es un fenómeno relacionado a
la proporcional disminución de la tasa de nupcialidad cubana, la cual
experimentó un pico entre 1991 y 1992, luego de lo cual comenzó un acelerado
descenso que se mantiene hasta nuestros días.
En la actualidad cerca del 35% de la población cubana es
casada, y existe una alta tasa de uniones sin papeles oficiales
(consensuales), pero el promedio de duración marital es solo de 10 a 15 años, considerados
como enlaces poco duraderos.
La publicación del CEDEM titulada Cuba: Población y desarrollo refiere como posibles elementos
explicativos los cambios ocurridos en la posición social de la mujer a partir
de 1959 que se materializaron en la elevación de su nivel cultural, su mayor
participación en el empleo con la consecuente independencia económica, y la
mayor aceptación social de la condición de divorciada.
“Ya las mujeres no dependen tanto del matrimonio como
antes del triunfo revolucionario, cuando era imprescindible que se casaran para
obtener posición y sustento. Ahora vemos como una fémina puede llevar
perfectamente su casa y su vida profesional, e incluso encargarse por sí sola
de la crianza de los hijos”, refirió Eduardo O’Farrill León, jubilado de 70
años.
Los investigadores coinciden en reconocer como causas
generales de este fenómeno social, el hacinamiento de varias generaciones en un
mismo hogar, las malas condiciones constructivas de las viviendas y los
problemas económicos y sociales, además de la violencia doméstica y los conflictos
de comunicación en la pareja.
Mayra
Vázquez, divorciada ya tres veces, afirma que dos de sus relaciones terminaron
por problemas de convivencia relacionados con los padres de sus esposos, y en
su opinión este es un aspecto importante para que un matrimonio funcione.
“Una
pareja necesita de su propio espacio, de su privacidad. El amor y la
comprensión son fundamentales, pero se hacen insignificantes cuando no existen
las condiciones materiales mínimas necesarias para una unión conyugal”,
comenta.
La
psiquiatra Ileana Trevín considera que el incremento del número de divorcios es
un factor preocupante en nuestra sociedad, que se debe en gran medida al
matrimonio en edades cada vez más jóvenes, la ausencia de preparación de los
individuos para asumir la relación de pareja, la mutua incomprensión, la falta de
afinidades y proyectos comunes, los celos y la infidelidad.
Sin
embargo, no todos los especialistas ponen cara de preocupación ante el hecho, y
tampoco una parte de los habitantes de Cuba lo ve con los tintes de drama que
acompañara a dicho suceso en épocas pasadas.
La doctora Patricia Arés Muzio, de la facultad de
Psicología de la Universidad de La Habana, subraya en su investigación Género, pareja y familia en Cuba.
Conservación de una identidad cultural o creación de nuevos valores, que a
pesar del incremento de divorcios y de otros indicadores que hoy signan la vida
de los hogares, “el concepto de familia en nuestro país no está en crisis, sino
más bien los modelos tradicionales transmitidos a través de la cultura, los que
ya no son funcionales a las demandas de la sociedad actual.”
“La idea del matrimonio como destino para toda la vida o
«hasta que la muerte nos separe» ha sido sustituida por la de un proyecto en
común que durará lo que dure el amor”, sentencia la doctora María Elena Benítez
Pérez, del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, en
su investigación Cambios
sociodemográficos de la familia cubana en la segunda mitad del siglo XX.
A tal punto hoy deja de concebirse el divorcio como
asunto traumático, que aunque las separaciones se incrementan, también lo hace
el número de personas que deciden volver a casarse luego de un primer y hasta
de un segundo rompimiento. De ahí que, como asegura la doctora Benítez, “el
matrimonio ha perdido estabilidad, pero no su atractivo”.
“Divorciarse en Cuba no tiene las mismas implicaciones
que en otras geografías, donde quedan en juego propiedades o pensiones
vitalicias. En otras sociedades una boda es también un contrato legal que, en
caso de ruptura obliga a proteger y compensar económicamente al cónyuge más
desfavorecido por la separación, adjudicar préstamos o deudas pendientes y dar
fin al régimen económico matrimonial.”
La disolución marital se estableció oficialmente en Cuba
en 1917 cuando se dictó la Ley del divorcio vincular. Con anterioridad, este
era canónico y establecía la separación solo de los cuerpos, nunca del vínculo
conyugal.
Este suceso fue bastante precoz para nuestro contexto
histórico, ya que en América Latina no era todavía algo aceptado, por lo que
Cuba puede compararse con países como Francia y Estados Unidos. Otros
países como Italia y España no admitieron el divorcio hasta la década de 1980,
cuando lo permitió la Iglesia Católica.
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